12/6/08

Panem et circenses

Cuando los mandamases de la Roma clásica detectaban un determinado grado de preocupante intranquilidad en las masas, recurrían a lo más sencillo: panem et circenses, pan y juegos en el circo. Los juegos pretendían distraer los ánimos; el pan, entretener la boca y acallar los estómagos. 
Varias decenas de siglos después, aquellos prebostes se sorprenderían al ver qué poco han evolucionado las estrategias. Luis XIV arrojaba monedas de oro desde su carroza, Franco construía pantanos… Hoy, cuando en el siglo XXI ya ha vencido el periodo de garantía, el pan aún desciende -cual maná- en forma de subsidio, subvención, ayuda o beca, desde los balcones de todos y cada uno de nuestros gobiernos. Con estas prácticas, y lejos de velar por el bienestar social de la plebe, la clase senatorial (sálvese el que pueda) no hace sino sembrar para recoger. 
Los que sí han variado ha sido los circuses (que diría un british). 
Desde que murió el último gladiador en la arena del Coliseo hasta hoy, han sido infinitas las formas de distraer al personal, de hacerle olvidar su infeliz ayer, su perra vida y su negro futuro. ¿Cuántos toros han sido sacrificados en el altar de la paz social? ¿Cuántos herejes, cuántas brujas han ardido para evitar que las antorchas tomaran otro camino? Ahora, cuando las-ciencias-adelantan-que-es-una-barbaridad más que nunca, el circo se ha trasladado a los televisores y los juglares se han travestido de políticos. En lugar de regar con luises a los sansculottes o de cebar con cristianos a los leones, nuestros dirigentes se empeñan en limpiar con moras las manchas de las moras, en sacar los clavos a clavazos… en vocear una buena nueva para silenciar lo que no quieren que oigamos. 
Ahí el repertorio es infinito. A cada preocupante cifra macroeconómica sucede, en cuestión de minutos, una Operación Malaya o la detención de un superpeligroso terrorista (que digo yo que ya es casualidad, que tanto tiempo buscándolos y estaban ahí, en ese chalecito del sur de Francia donde viven todos). Cada vez que un partido político entra en crisis, contraataca denunciando actitudes antidemocráticas de Fulanito (curiosamente, ayer compartían reuniones, comisiones, despachos y viajes oficiales con ese Fulanito sin sospechar nada, mira tú). 
Hoy, cuando las cifras del desempleo rozan el umbral de la vergüenza, el trovador de turno, el mago de guardia es Baltasar; no el rey mago, sino Garzón. Y el entretenimiento del weekend, las fosas comunes. No sé en qué torpe mente cabe que el debate nacional pueda versar hoy en acontecimientos de hace setenta años, cuando hay tanta actualidad sobre lo que vociferar… 
Y que conste que yo soy de los -pocos- partidarios de remover las tumbas que haga falta hasta poner el punto y final al capítulo más triste de la historia de España. Pero, mucho me temo, que no sea ese el objetivo de la garzonada, y si no al tiempo. ¿Alguien se cree que la justicia española va a sentar en el banquillo a alguien como consecuencia de crímenes cometidos en los años treinta? 
Pues no. Primero, porque no creo que quede un gramo de carne en las nalgas de ninguno de los protagonistas del golpe de estado, de la represión posterior o de la respuesta criminal y desmedida, sobre el que sentarse. Y segundo -y fundamental- porque todo esto no es más que un paripé. Unos, los que se autoproclaman hijos de los represaliados, los meten el dedo en el ojo a los otros, a los que niegan ser hijos de los represaliadores (pero que, torpemente -mira que son torpes- insisten en proteger a Franco y al franquismo, ellos sabrán porqué), hasta que estos otros les den con un nuevo dato macroeconómico en los dientes a aquellos unos. 
Y mientras tanto, a los verdaderos huérfanos del cainismo, a quienes no saben dónde llorar a sus muertos, a quienes siguen sin encontrar los nombres de sus padres y de sus amigos entre las listas de las víctimas del terror, maldito el ardor de estómago que les produce el pan de la frustración (se ve que Garzón es adicto al alkaseltzer).
Puta la gracia que les hace este circo.

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