Las del próximo domingo
son las elecciones del miedo. Las del miedo a perder.
En ellas, el PSOE se
juega mucho más que el gobierno. Si las urnas le arrebatan el último
fortín, la derrota arrastrará a cientos -quizás a miles- de
puestos de trabajo (en su mayoría, altos cargos) poco o nada
habituados a enviar currículums. Si el PSOE pierde estas elecciones,
se avecinan días convulsos, de crueles luchas cainitas para
conquistar los cada vez más exiguos reductos de poder.
El otrora todopoderoso
partido socialista se ha ido desgarrando elección tras elección. Ha
ido desalojando ayuntamientos y diputaciones, juntas de gobierno y
consejos de administración. La formación que hace más de un siglo
fundara Pablo Iglesias para revolucionar las estructuras del estado
es hoy una máquina de gobernar aterrada ante la posibilidad del
último desahucio.
También se lo juega todo
el Partido Popular. Al menos el PP de Andalucía. Nunca ha tenido tan
al alcance de la mano -y probablemente, nunca lo tendrá- rendir esta
plaza, frente a un rival vencido en las encuestas, acosado en los
tribunales, vapuleado en los periódicos y cuestionado en las calles;
un sparring de brazos caídos que sólo aspira al combate nulo para
pedir la revancha.
Y aún así, el Partido
Popular podría perder este tren. Arenas, que lleva desde los treinta
y tantos aspirando al cetro, es consciente de que no tiene más balas
en la recámara y de que ha puesto toda la carne en el asador, pero
también sabe que tras la noche en que la aritmética de las urnas le
corone -esta vez, sí- campeón, puede despertar con el regusto
amargo que en ocasiones dejan las ententes postelectorales.
Para el PP, el gobierno
de la Junta de Andalucía es algo más que el paraíso prohibido.
Igual que su conquista significaría un golpe moral del que sus
oponentes tardarían años en recuperarse, un nuevo fracaso -como en
Covadonga- insuflaría ánimos al rival exánime, aunque -como en
Covadonga- la reconquista tenga que esperar. Además, el gobierno
central confía en esta victoria para evitar cuatro años de
inhóspita cohabitación, con un PSOE atrincherado -por voluntad
propia- y radicalizado -por la de sus más que previsibles socios de
gobierno-.
Los sesudos analistas
aseguran que no hay lugar para la sorpresa y que el suelo electoral
del Partido Popular supera holgadamente el peldaño de la mayoría
absoluta. Pero, cuando se apagan los focos y se termina el posado,
asoma en los rostros -de unos y de otros- el rictus del miedo.
2 comentarios:
Una opinión eficaz, sucinta y clara, que nos explica las cosas a los que no somos españoles (aunque, en mi caso, mis padres nacieron en España)y me lo llevo a mi FBmuro. Espero que mis amigos españoles sepan apreciar, sea cual su ideología, el tono sopesado del artículo. Es importante que este tipo de disposición ecuánime prevalezca en España, sobretodo ahora que atravesamos una crisis mundial de la economía. Por otra parte, está escrito con un estilo ameno y esto es una buena idea, para un/a periodista, porque los ánimos están muy caldeados y no sobra la paciencia; lo digo no sólo por España, sino por Venezuela, Colombia y Estados Unidos, donde vivo actualmente. MaríaEugenia
"Y aún así, el Partido Popular podría perder este tren. Arenas, que lleva desde los treinta y tantos aspirando al cetro, es consciente de que no tiene más balas en la recámara y de que ha puesto toda la carne en el asador, pero también sabe que tras la noche en que la aritmética de las urnas le corone -esta vez, sí- campeón, puede despertar con el regusto amargo que en ocasiones dejan las ententes postelectorales." Aquí lo dices todo, yo ya juego conociendo el final que tu no conocias. Un abrazo.
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