En aquel tiempo, llegó a
Frankfurt (donde inventaron las salchichas y el BCE) el ministro Luis de Guindos, ascendió a la planta cuarenta
de la Eurotower, se arrodilló ante Mario Draghi e imploró:
-Señor, no soy digno de
que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
-El Banco Central Europeo
hará lo necesario para sostener el euro -respondió el Maestro- y,
créanme, eso será suficiente.
Fue entonces cuando De
Guindos, que ya se había encaramado al balcón presto a arrojarse a
las negras aguas del río Meno, notó cómo le temblaban las piernas
y una lágrima vadeaba los profundos surcos de sus macilentas
mejillas.
-¿Me estás hablando a
mí, señor? -preguntó, incrédulo-. ¿En verdad, en verdad lo dices?
¿Puedo comunicar al mundo la buena nueva?
-Ite. Missam est.
Y se fue con la misión
cumplida. Y difundió el mensaje. Y nada más hacerlo, las aguas se
abrieron, el íbex-35 resurgió de los infiernos y el riesgo de la
prima de riesgo se abrasó en una zarza ardiente.
-¡Aleluya! -le puso a
Mariano por el whatsapp- ¡Ha nacido el salvador!
Como a Michael Corleone
en El Padrino (“-Voy a hacerle una oferta que no podrá
rechazar”), a Draghi le ha bastado una frase para triunfar,
para borrar sus desaires y para convertirse en uno de los nuestros.
A nadie parecen importarle
ya el tiempo -y el dinero- perdidos, que el diferencial con Alemania se mantenga por encima de los 550
puntos básicos, que el íbex-35 apenas supere los seis mil (en
septiembre, rondaba los diez mil puntos) y que cada subasta de deuda se
nos lleve varios millones de euros en intereses.
Al presidente del BCE se
le ha escapado que conoce la fórmula del bálsamo de Fierabrás -el
que nos aliviará de todos los males-, pero que no está dispuesto a
malgastarlo -por mucho que De Guindos se parezca a Sancho Panza- . Y
a nadie parece importarle.
El gobierno brinda hoy
con una botella medio llena porque, como dijo Escarlata O'Hara, “al
fin y al cabo, mañana será otro día”, y quién sabe mañana
qué dirá quién.
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